Vale todo en los nombres de vinos


Después de la moda de las santas y las palabras indígenas, ahora las bodegas apelan a propuestas cada vez más insólitas para bautizar sus productos; el problema de encontrar registros disponible
Después de completar el santoral femenino -con todas las santas ya registradas- y de agotar el diccionario huarpe/español, las bodegas argentinas están apostando a nombres cada vez más audaces e insólitos para bautizar a sus nuevos vinos. Así, ya no resulta tan extraño encontrar en una vinoteca porteña un malbec JiJiJi (en honor al clásico de Los Redondos) y otro Crua Chan (como una canción de Sumo), un espumante Sanpután, un tinto Biolento (así, con b) o un semillón sin filtrar -lo que le da un tono amarillo verdoso- llamado Hulk.

El vale todo que vive la industria también permite cruzarse con etiquetas extrañas, como la torta de chocolate que figura en la botella de los vinos mendocinos Layer Cake o un dibujo con la cara de Einstein, que ilustra las partidas de los varietales Piantao, Piantao.

La moda que impuso en el negocio de la ropa Como quieres que te quiera -es decir, elegir una frase antes que un nombre para bautizar una nueva marca- también está llegando al mundo del vino, con propuestas como "The apple doesn't fall far from the tree", creada por el enólogo Matías Riccitelli en homenaje a su papá, o el rosado "A rosé is a rosé is a rosé", que acaba de presentar Luigi Bosca, jugando con el verso "Rose is a rose is a rose is a rose" de Gertrude Stein.
A esta altura está claro que los nombres insólitos representan una nueva ola que llega a la industria después de la moda de los nombres mapuches, huarpes o incas -como Chakana, Ruca Malen, Iscay o Yauquen-, que a su vez había reemplazado a la elección de todo tipo de santas, de Ana a Isabel, pasando por Filomena, Elena o Florentina.

"Si hubo dos fenómenos que caracterizaron al vino en el último año fueron la reivindicación del terroir, después de años de priorizar los varietales, y la explosión de etiquetas y nombres más informales", asegura Aldo Graziani, sommelier y propietario del restaurante Aldo's. "Se trata de una tendencia que viene de afuera, no tanto en países del Viejo Mundo, sino más bien en mercados como el norteamericano, donde es muy común encontrar etiquetas más jugadas en las góndolas", agrega.

"Hay un agotamiento de las propuestas más tradicionales y cada vez son más las bodegas que se dan permiso a la hora de lanzar un producto, porque responden a un cambio que vive el negocio. Hoy estamos frente a un cambio de paradigma que tiene que ver con la avidez de algunos consumidores, especialmente en la franja de 25 a 34 años, que están permanentemente en la búsqueda de cosas nuevas y más abiertos a la innovación", coincide Teo Reissis, director regional de Diseño de Future Brand, una agencia internacional especializada en la creación de marcas y que en el mercado local ya trabajó con bodegas como Peñaflor, Doña Paula y Finca Flichman.
Mercado poblado
Detrás de esta búsqueda cada vez más arriesgada de nombres no se encuentra exclusivamente una moda -aunque algo de eso hay-, sino también influye un factor más mundano. El mercado vitivinícola argentino vive una verdadera sobrepoblación de bodegas y marcas, y, según datos de Caucasia -una firma especializada en el comercio exterior en el rubro-, en los primeros once meses de 2015 se exportaron 2613 marcas. De esta manera, en los últimos cuatro años el número de referencias acumuló un alza del 7,8%.

Cada nueva etiqueta se debe inscribir en el Instituto Nacional de la Propiedad Industrial en la clase 33, que agrupa a las bebidas alcohólicas. El trámite tiene un costo de entre 4.000 y 5.000 pesos por marca, y la licencia para su uso tiene un plazo determinado de diez años. Más allá de los costos, las bodegas se quejan de que encontrar un nombre que no esté siendo utilizado es una tarea cada vez más difícil. "Uno ya va preparado para recibir una objeción y, en algunos casos, es casi imposible inscribir un nuevo nombre. Por ejemplo, encontrar una santa que esté disponible es una misión casi imposible, porque ya están todas registradas", explica Ana Amitrano, gerente comercial de la bodega Zuccardi, que cuenta en su portafolio a la marca Santa Julia.

"El negocio del vino cambió mucho y, hoy, las bodegas sacan nuevas marcas todo el tiempo, lo que va complicando encontrar nombres disponibles. Si querés registrar Patagonian Wines, está claro que vas a tener un problema. Igualmente, la dificultad no es exclusiva de esta industria y también nos pasa en otros rubros muy demandados, como la indumentaria o los restaurantes", asegura José Iacona, socio del estudio Iacona & Asociados, que se especializa en el registro de marcas y patentes.

En la mayoría de los casos, la tendencia a trabajar con nombres cada vez más audaces fue impulsada por bodegas boutique y los enólogos más jóvenes. "Las bodegas más nuevas son las que van más lejos con esto de poner nombres simpáticos y llamativos. En cambio, en nuestro caso lo que buscamos es que detrás de una marca haya un concepto y que el nombre tenga que ver con el vino. Por ejemplo, cuando lanzamos el Zuccardi Piedra Infinita le pusimos así porque el vino nace en una finca que es una cantera de piedras", explicó Amitrano.

En el sector destacan el papel que juegan las bodegas más nuevas para renovar el modelo de elección de nombres, pero, a la vez, aseguran que la tendencia va ganando terreno. Un ejemplo es la bodega Finca Las Moras, del grupo Peñaflor, que acaba de lanzar el vino Nolita -un homenaje al barrio de Manhattan-, que se suma así a un portafolio que incluye marcas con nombres no tradicionales como Dadá o Love.

"En muchos casos, el primero que se anima a probar estos vinos es un público joven, pero si el producto responde llega al resto de los consumidores. Hoy ya no resulta extraño cruzarse con un hombre de 65 años tomando un Manos Negras en el bar del Hyatt", asegura Graziani.

Fuente:Alfredo Sainz / LA NACION http://www.lanacion.com.ar/1864555-vale-todo-en-los-nombres-de-vinos

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