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El folklore del vino


En todo el territorio nacional, el vino es omnipresente. Se encuentra en las mesas y los asados, pero también en las historias y canciones que forman nuestra cultura. El músico y sommelier riojano Carlos Paredes analizó la presencia de nuestra bebida dentro del cancionero popular en su libro "Degustando vino y canto", y charló con nosotros sobre el simbolismo del vino en la Argentina


El vino es la bebida nacional. No solo porque está establecido así por el decreto 1800/2010, sino que basta para comprobarlo con recorrer el país, sentarse en sus mesas y escuchar su música, donde el jugo de la vid es mencionado una y otra vez. Es curioso como un producto que no es autóctono (hay rastros de elaboración de vino armenio que tienen una antigüedad de más de 8 mil años, muchísimo más que los poco más de cinco siglos de presencia hispánica en América) se convirtió en la más popular de las bebidas del país. El músico, escritor y sommelier riojano Carlos Paredes, autor del libro “Degustando vino y canto” (Editorial de los Cuatro Vientos, 2014), que trata sobre la presencia del vino en el cancionero popular, analiza: “Se podría pensar, por qué no, en algo más autóctono y originario como la aloja o la añapa, ambas logradas a partir de las vainas del Algarrobo (una es fermentada y la otra no), sin embargo la fuerza simbólica del vino es superlativa, se impone por sí sólo. Sin dudas, hay toda una tradición que lo avala, las estadísticas de producción y de consumo son muy elocuentes, y mucha más información que respalda el distinguido título, pero creo que lo determinante es la construcción simbólica alrededor del vino”.

Argentina es el quinto productor a nivel mundial,  el séptimo en consumo per cápita, y cuenta con una amplia superficie cultivada (más de 230 mil hectáreas) que va desde Salta hasta la Patagonia. Sin embargo, su principal fuerza no está en las estadísticas y en los números, sino en una cultura desarrollada a lo largo de los siglos, desde antes de que este país fuera una República y se llamara Argentina. La música es siempre una de las máximas expresiones culturales de un pueblo, y por lo tanto, a través de ella pueden verse las temáticas que son vitales para quienes la producen. “El simbolismo aparece de modo muy patente en el cancionero popular, y con mayor ahínco en las zonas productoras, ya que los creadores, artistas y poetas no pueden abstraerse del lugar de donde vienen, donde interactúan cotidianamente. Hay obras dedicadas exclusivamente a la noble bebida pero hay muchas otras que no, y aun así se vislumbra el vino, como una metáfora, o una imagen, o en ocasiones ni se lo nombra pero está ahí, con todo su encanto, con toda su magia”, explica Paredes.

El libro “Degustando vino y canto” analiza que, a grandes rasgos, son cuatro las temáticas en las que puede agruparse la presencia de la bebida nacional en el cancionero folklórico: De la religiosidad del vino, Del vino como protesta,  Del vino compartido y, Del vino y su medio, aunque Paredes aclara: “Es un recorte absolutamente arbitrario. Hay muchas otras vinculaciones posibles como para seguir trabajando, las temáticas son inagotables porque el vino atraviesa toda la realidad de los pueblos, no como un accesorio, sino como protagonista y compañero, en la mesa cotidiana de cada familia, en la tristeza o la alegría, en el amor o la desdicha, el desconsuelo o la esperanza”.

De la religiosidad del vino

La vid fue introducida en el actual territorio argentino de manos de misioneros y soldados españoles, y uno de los fines principales de la elaboración de vino era la celebración de la misa.  Quizás por eso, y por la religiosidad popular del pueblo, es que canciones “paganas” vinculen al vino con lo religioso, especialmente la tradición católica. La “Zambita pa’ Don Rosendo”, de Julio Díaz Bazán (inmortalizada en la versión de Jorge Cafrune) dice en su estribillo: “Ahí viene Rosendo por la calle nueva,/ trayendo en su carro el fruto de Dios./ Y en la bodega de Don Pedro,/ todita esa uva vino se hará…” El ámbito es completamente secular, y la zamba se canta más en asados y peñas que en grandes iglesias, pero la antigua asociación del vino como “fruto de Dios” sigue presente. Otra mención interesante, que puede entrar dentro de lo religioso, pero quizás para responderle a cierto tipo de religiosidad más puritana, es la cueca cuyana “La de Zayhan” de Jorge Marziali y Juan Falu, que dice así:  “Cuando yo vine a este mundo/ Dios ya sabía/ que me iba a gustar el vino/ como la vida, como la vida”. Y continúa en el estribillo “Si peca el que toma vino/ como el que ama/ revisen el plan divino/ que en algo falla/ viva el todopoderoso/ tan generoso, generoso”. El título de esta cueca tiene también una clave, ya que Omar Khayyam fue un poeta del siglo XI del actual Irán (por lo tanto, pagano) que escribió copiosamente sobre el vino.

Del vino como protesta

Para ilustrar la importancia del vino en las luchas sociales, Paredes cita el poema “Temor del sábado”, de Jaime Dávalos, en el que el vino incita los espíritus de los hombres: “El patrón tiene miedo que se machen con vino los mineros. Él sabe que les entra como un chorro de gritos en el cuerpo… Que volverá morada, en bagualas su voz, y sus puños golpearán fuerte contra el tambor del pecho. Y pedirá un aumento, mientras gire temblando entre los dedos, el ala del sombrero”. Es que los oprimidos pueden cobrar nuevos bríos para luchar por sus derechos con apenas un envión del jugo de la uva. En “El Lagaretero”, de José Oyola, el protagonista de la canción se queja de los productores que trabajan para otros, y no pueden probar el fruto de su propio trabajo: “Qué vida triste la mía/ sudando pa’ cosechar/ déle trabajar, cuidando el parral/ que yo no he’i de aprovechar/ otros se toman el vino/ que yo piso en el lagar”.

Del vino compartido

Además de luchas sociales o motivos religiosos, el vino muchas veces trata sobre algo que también es parte de su realidad cotidiana: el compartir. Efectivamente, el placer de la bebida es mucho mayor cuando se toma con otros, se chocan las copas y se disfruta de sus alegres efectos en compañía. La chaya de Horacio Guaraní “Volver en vino” dice: “Si el vino viene, viene la vida”, lo que se refiere a la actitud festiva que anticipa su llegada. Este compartir no hace distinción entre el vino de calidad o el vino de mesa, que de acuerdo a Paredes, ha obtenido protección con el decreto 1800/2010: “Es el tipo de vino que con total libertad se toma con soda o con hielo… en familia o entre amigos, desde una tradición de larga data, pues lo importante no es qué estilo, varietal o etiqueta se toma sino con quién, la compañía es la que le da un valor agregado, y no al revés”. La cueca de Ernesto Villavicencio y Omar Valdés “La del Jamón”, habla de una buena reunión en la que no faltan ni el vino ni su maridaje supremo, las empanadas: “Rumbeando para su casa/ me crucé con otros negros/ amigos de trasnochadas/ cantores y guitarreros/ y cargué dos damajuanas/ de tinto y blanco patero”, y después “La comadre prendió el horno/ y empezó armar empanadas,/ y entraron a caer vecinos/ como por arte de magia,/ cada cuál traía un vino/ y hay nomás se armó la farra”.

Del vino y su medio

El concepto fracés de terroir describe la suma de las características geográficas, geológicas, climatológicas y humanas de una región determinada que intervienen en la elaboración de un vino. En ese sentido, la música de las zonas productoras refleja lo que el vino quiere decir para aquellos que saben del enorme trabajo que hay atrás de cada botella. “Hay algunos Chamamés, por ejemplo, que hablan del vino. Los Tangos hacen mención a las bebidas alcohólicas de modo más genérico. Pero en las Tonadas, los Gatos y las Cuecas Cuyanas, en las Chayas y en las Zambas Carperas, la temática del vino es ineludible”, analiza Paredes. En esas regiones, la identificación con el vino es mucho mayor. “El vino nos conecta con la tierra. La vid es una planta de origen foráneo pero hunde sus raíces en nuestro suelo para darnos a beber lo que la Pachamama quiera regalarnos”, afirma Paredes.  En “La Arenosa”, de Manuel Castilla y Gustavo Leguizamón, la letra dice: “Deja que beba tu vino/ la sabia cafayateña…” y en “El peón viñador”, de José Oyola, también hay identificación entre el yo poético y la zona productora: “Yo soy de Banda Florida/ niña de mi corazón/ Peoncito viñatero/ chayero de Villa Unión”.

A pesar de ese énfasis en las regiones vitivinícolas, la realidad es que el vino está presente en todo el territorio nacional, como parte de una cultura y un pueblo. Se encuentra en su música, su poesía, y sobre todo, en las mesas de los argentinos, sean de donde sean. Así como hay gran variedad de músicas populares agrupadas bajo el término “folklore”, también hay distintos cepajes y tipos de vino, pero es justamente esa unidad en la diversidad la que ha llevado a la promulgación decreto 1800/2010. Para beber, no se necesita ser un experto. Según Paredes: “Hay una diferencia enorme, inconciliable te diría, entre beber y catar. Hay una metodología muy precisa acerca de cómo catar un vino, existe una manera bien estipulada para realizar su evaluación sensorial, formar una opinión y luego comunicarla; pero beber es otra cosa, tiene otras motivaciones y otra finalidad. Se bebe por sed, por gusto, por placer… no hay método ni mandato, es libre. Entonces, no creo que haya un modo correcto de beber el vino, la única corrección al respecto es beber con moderación”. Pongamos nuestra música favorita, sirvamos una copa, y disfrutemos, entonces de nuestra bebida nacional y toda su rica tradición.

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