Picada y bandoneón por Marijo

 Ocho esquinas es bar de historia. Ahí tomaban whisky Homero Manzi y Osvaldo Pugliese. Hoy todavía se respira tango y las paredes hablan desde las fotos. Mucha picada tradicional, chucrut, platos alemanes y clásicos. A la noche, poca luz, músicos, bandoneón y guitarras argentinas.
Conocido como “El bar del Rojo” o “La Munich 8 Esquinas”, el bar de “la triple frontera” o punto de encuentro de Villa Ortúzar, Colegiales y Chacarita, fue fundado en 1939 por un grupo de socios de origen español. Tuvo su apogeo durante la década de los ‘40 gracias a la fama que le habían hecho Homero Manzi, Osvaldo Pugliese, los hermanos Expósito y Julián Centella, que se encontraban aquí a tomar cerveza, vino o whisky.

“Ocho esquinas, donde asomé a esta vida, que comienza a ser vivida, siempre después de las diez”, acompaña Beba Pugliese con el piano en el tango Mis ocho esquinas, que –con letra de Italo Curio– le dedicó a este bar notable de Buenos Aires.

Desde 2005 Ocho Esquinas es de Miguel Balsamo. Se lo compró a los dueños que en los años ‘60 se habían asociado a los fundadores. Y como buen oriundo de Pompeya, Balsamo también es tanguero. Ama la música del Río de la Plata pero no la baila. “No sirvo para eso”, dice.

Ocho Esquinas también fue furor cuando la onda vivía en New York City. “Venían Pappo y Tarantini. Pero los ‘90 no fueron fáciles para estos lugares. Durante diez años estuvo cerrado de noche. Hasta que lo agarramos nosotros. Le hicimos algunas reformas. Tenía tan mala fama que una señora cuando vio que lo arreglábamos me preguntó: ¿ahora sí pueden entrar las mujeres?”.

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En este bar histórico Balsamo trata de reproducir los sabores de la infancia, los mismos que aprendió con su abuela calabresa que le enseñó los secretos de las conservas de tomates, berenjenas y morrones. “Nunca más voy a comer la chambota de mi abuela”. Balsamo hace 20 frascos por año de conserva de berenjenas que pueden durar dos o tres años porque sigue la receta original. “Cada frasco lleva 15 kilos de berenjenas. Tardo tres días en hacerlas porque primero las deshidrato y seco al sol. No tienen gusto a vinagre. Tampoco conozco otra forma de conservar los morrones. Mi abuela aprendió a hacerlos en Uruguay. Los llamaba ‘morrones a la uruguaya’. Duran meses a pesar de lo difícil que es conservarlos”. Todos los frascos de conservas que hay a la vista en Ocho Esquinas son para comer, “ninguno es decorado”.

Además de la gastronomía, la música es hoy el placer preferido de Balsamo. En Ocho Esquinas hay de la buena. “Me gusta el tango, pero aquí también podés escuchar jazz o al flaco Spinetta. Mientras la música sea buena, suena”. Amante de la música, Balsamo también fue “un comprador compulsivo de libros”. También tuvo que abandonar su actividad de técnico mecánico. “Tuve un accidente. Me salvó mi amor por los bares de tango. Yo venía a Ocho Esquinas de chico porque papá tenía un taller mecánico aquí cerca. Comprar este bar fue una locura total”.

Oscar Bustamante, un mozo que trabajó 40 años en Ocho Esquinas le pasó el secreto del chucrut y la ensalada alemana. Delicias, música, también letras. Ocho Esquinas tiene una pequeña biblioteca. “Cada tanto alguno agarra un libro, lo lee y deja señalada la página hasta el día en que vuelve”.

Tapizado de fotos y objetos que regalan los vecinos, en Ocho Esquinas reina la foto que Gardel se hizo con los pilotos antes de subir al avión que cayó en Medellín: “El boliche es un conjunto de cosas. De repente alguno se levanta y se pone a mirar cuadros antiguos o fotos firmadas de tangueros de la época. La nieta de Alberto Echagüe me trajo hace poco una foto de su abuelo”.

En sus orígenes Ocho Esquinas fue café y bar. Los primeros dueños hicieron construir abajo el bar y arriba la casa donde hoy vive Jimmy Santos, legendario músico uruguayo. Esteban Sanguinetti fue el arquitecto. En los ’60,’70, los nuevos socios incorporaron picadas y comidas alemanas. “Por esos años la colectividad alemana era fuerte y expandía platos y recetas en la ciudad”. Instalaron la primera chopera que hubo en la zona, que todavía funciona.

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Toda la mercadería alemana es de un frigorífico alemán de la provincia de Buenos Aires que abastecía a los dueños anteriores. Suman fiambres de tipo italiano como spianatta y sopressata. Si bien agregó algunos platos, Balsamo conserva las picadas de siempre hasta en la forma de presentarlas. Compra jamón crudo con un año de estacionamiento y lo deja colgado en el local durante seis meses más. Entre los platos del día, Ocho Esquinas ofrece paella a la valenciana, goulash con spatzles, mondongo, lentejas. También costillas de cerdo y pechito de cerdo ahumado, siempre con papas naturales con pimentón, aceite de oliva y chucrut. Sumó mariscos y jambonon o codillo de cerdo. “Llegan de Zárate a comer el codillo que lo servimos con una cazuelita de mostaza casera preparada según la receta de la abuela húngara de mi esposa”. De postre, flan y budín de pan caseros.

“Hoy tiene el bar de día y el bar de noche. La noche es poca luz, música en vivo: dos guitarras o guitarra y bandoneón. Son las noches de picada. Es el momento donde Ocho Esquinas se expresa completamente. De noche los duendes son otros”.

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