Patricio Tapia: No hay que beber el mismo vino todos los días

Fuente: Diario Uno | F. Lancia y G. Flores Bazán.
El experto hace un repaso de la situación de Argentina y de su país natal, Chile, en el marco del mercado mundial. Asegura que a ambas naciones les falta mucho para ser respetadas. Al tratar de hacer un panorama general sobre la industria del vino a nivel mundial, dialogar con periodistas especializados de la talla de Patricio Tapia resulta de gran valor, ya que aporta respuestas concretas a los cuestionamientos actuales que tiene el sector.

Negocios & economía tuvo una charla íntima en una vinoteca céntrica en su visita a Mendoza.
–¿Qué conclusiones ha sacado de sus degustaciones en Mendoza?
–Con estas catas estoy haciendo una especie de experimento. Hasta el año pasado (para la nueva edición de Descorchados) las hacía sólo Fabricio Portelli, responsable de la guía en Argentina. Pero a partir de este año, yo me encargo también de los vinos argentinos. Uno de los cambios es que ahora no catamos a ciegas, sino que invitamos a los responsables y enólogos de las bodegas para que nos cuenten más de sus vinos. El contenido de Descorchados va a tener un perfil más periodístico. Con mayor información de cada vino. En total tenemos más de 300 reuniones con enólogos y bodegueros entre Chile y Argentina.


–Los enólogos empezaron a tener un papel de rockstar. Han ganado relevancia en los últimos años. ¿Cuál es su opinión?
–Los enólogos de ahora son como los chefs de los años ’80, tienen ese papel. De alguna forma, es justo que así sea, porque son como grandes intérpretes del vino y eso tiene mucho mérito. Obviamente, algunos merecen más este apelativo que otros, pero a mí no me molesta que el periodismo los lleve a un primer plano. Ellos son la primera fuente de información y merecen estar en primera línea, más allá del terruño.
–¿En Argentina hay que seguir potenciando el Malbec o hay que apostar a la diversidad?
–El miedo que a veces se presenta con la monooferta del Malbec en Argentina creo que no tiene similitud al caso de Australia, ni tampoco este país es lo que la gente piensa respecto al Syrah, supergoloso, con mucha confitura. Australia es mucho más que eso. La diferencia es que cometió el error de hacer solamente un tipo de vino, siendo que ellos tienen muchas variedades. La diferencia fundamental con Argentina es que Australia se está descubriendo a sí misma desde hace ya mucho tiempo: sus diferencias de lugares, de clima, de suelos y de culturas. A la Argentina le falta un poco eso, descubrirse a sí misma, pero el miedo a la monooferta no tiene ningún sentido. Hay un movimiento de gente que está descubriendo cosas muy interesantes mucho más allá de Mendoza, tanto en el sur como en el norte. Por otro lado, hay gente talentosa, algunos enólogos, de esos rockstar que tienen la mente más abierta para experimentar y sacarse los prejuicios y no mirar no tanto lo que el mercado quiere, sino lo que ellos le pueden ofrecer. En ese pequeño matiz está el gran potencial de una región o un país para enfrentarse al mundo con éxito. El mercado es uno, pero lo que uno pueda ofrecer al mercado es más que interesante.

–¿Usted que recorre el mundo qué cree que piensan los consumidores del vino argentino? ¿Les interesan nuestros vinos?
–Los competidores directos de Argentina y Chile (España, Italia, Francia, Sudáfrica, entre otros) miran con mucho respeto a los dos países. Somos actores importantes que hemos estado cubriendo un nicho. Chile empezó, pero Argentina, durante los últimos años, se ha puesto las pilas y ya está a la par. En términos de volumen se mira con respeto, respecto a cuánto le podemos ocupar a Francia el nicho menor a los 10 dólares, pero aún así en ninguna parte se nos mira como competidores válidos por más que haya vinos de 500 pesos la botella. Todavía no figuramos en las importantes subastas del mundo y eso es un marcador importante. Argentina y Chile no lo han logrado todavía. Después, las medallas son anecdóticas, pero en círculos de grandes conocedores, el vino argentino y chileno es mirado en menos.

–¿De qué depende que esta situación se revierta?
–Una cosa es vender volumen y que el Malbec esté de moda o la Bonarda caiga simpática, pero otra cosa es crear prestigio y eso no se logra de un día para el otro. Se necesita consistencia y en el vino no se mide en décadas. Ahí esta la clave.
–Cuando recorre Estados Unidos o Australia, ¿qué visualiza que ellos han logrado en comparación con Argentina?
–De Australia, el mejor ejemplo es la cantidad de pequeños productores haciendo lo que se les da la gana. En Argentina hay un movimiento de pequeños productores que está naciendo pero es muy incipiente. El mejor ejemplo de esto sigue siendo Australia: productores que hacen lo que sienten y que le dan la espalda al mercado internacional.
–¿Cómo ve el desarrollo del enoturismo y la gastronomía?
–El vino no es lo que está adentro de la botella. El vino es la experiencia, la historia de quien lo hizo, el entorno y la gastronomía asociada. Es importante el turismo que viene a Mendoza a probar el Malbec y se va con una imagen muy potente de la región. No sólo del vino sino del asado, las comidas, la cordillera, el paisaje.
–¿Cómo evalúa el tema de los microterruños y de ponerle apellido al Malbec, como dice Alejandro Vigil, el enólogo de Catena Zapata?

–Es parte del desarrollo. Lo que dijo Vigil acerca de que su trabajo es buscar el vino tinto de Gualtallary es muy indicativo de alguien que está pensando y que sabe por dónde va la cosa. Estoy muy de acuerdo con él. Esa es la meta: llegar a ese nivel de comprensión. Pero primero hay que pasar por muchas etapas. Y la primera es decir cómo es el Malbec de Agrelo versus el de Vista Flores o de Salta.
–Algunos asesores internacionales dicen que el Cabernet argentino nunca va a llegar al nivel de los más importantes del mundo…
–Es probable. Pero sí creo que existe el potencial suficiente para ofrecer un buen Cabernet. No digo que se equipare al Malbec, pero sí puede entrar en la pelea. Ahora he probado algunos muy interesantes del Valle de Uco, y como sorpresa, también de Cafayate.

–¿Qué ha pasado en Chile con el Carmenere?
–En Chile estamos embobados con la diversidad, con los diferentes terruños que nos da la cordillera y el mar, los distintos suelos. Con el redescubrimiento del Sur y de la cepa criolla. El Carmenere ha pasado a un segundo plano. Ya sabemos que nunca va a ser como el Cabernet Sauvignon. Estamos como completamente locos auto descubriéndonos.
–Argentina tiene un buen mercado interno, ¿qué cree que debería hacer la industria para mantenerlo?
–La estabilidad de los precios es fundamental, pero también hay que ver cuán grande es el mercado para el vino de calidad. El consumo de los vinos comunes es grande pero hay que ver cuántas personas están interesadas en pagar por un vino más de $50. Ese es un estudio de mercado que se debe hacer, y a partir de allí ver qué campaña de promoción trabajar para ese público real y no para el que consume un a caja de vino de $10.
–¿Qué aconseja a quien quiere acercarse al mundo del vino?
–Saber de vinos es un asunto de curiosidad y de infidelidad. Uno no puede quedarse pegado con el Vasco Viejo, que a mi me encanta pero creo que hay muchos otros vinos en el segmento que son muy interesantes. Hay que sacarle filo a la curiosidad. Por otro lado, saber que el dulzor no es sinónimo de calidad ni tampoco que mientras más astringente o maduro es mejor. Lo esencial es nunca beber el mismo vino todos los días.

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