Por un verdadero “vino para todos”

El mensaje es el mismo. Los dos estudiosos y entusiastas del vino argentino hacen hincapié en este punto: recuperar el consumo de tintos y blancos puertas adentro de la Argentina. Volver a mostrar al vino como una bebida fácil de tomar e infaltable en la mesa familiar.


Fuente: Los Andes

O entenderlo como un alimento, como lo hizo el General San Martín cuando abasteció a su ejército de tinto para cruzar la cordillera de los Andes. Los dos personajes a los que hago referencia son: por un lado el historiador Pablo Lacoste, quien se ha especializado y ha investigado sobre el papel del vino en nuestra sociedad, con libros como “La mujer y el vino” o “El vino del inmigrante”, entre otros. Y, por otro, el maestro enólogo Angel Mendoza, quien además de ser un hacedor de grandes ejemplares, se podría decir que es un filósofo de esta bebida, con conceptos clarísimos y siempre apuntando a volver a la esencia, a la simplicidad en la forma de tomar y comunicar.

Un dato clave es el del consumo de vino por persona. Los años dorados fueron fines de los 60, 70 y parte de los 80, cuando se llegó a una media de casi 90 litros anuales. Después se produjo el tan polémico e investigado quiebre en la elección de nuestra bebida y su gradual desaparición de la vida familiar, de los almuerzos, de las salidas, del mundo joven. La caída fue brusca, hasta descender hasta los 28 litros, testeados por la OIV en 2005, con lo que la Argentina se ubicó en el puesto 13 mundial.

El cuestionamiento viene por varios caminos. Y aquí es donde coinciden ambos referentes. Si bien es cierto que se ha cambiado el modelo a una vitivinicultura de alta calidad, enfocada en gran parte a vinos de alta gama y a la exportación, también lo es que durante muchos años se descuidó a quien fuera el gran consumidor nacional.

El vino con soda de los mediodías fue reemplazado de la mesa familiar por gaseosas y en la noche joven ganó la cerveza, con un mensaje más directo, simple y a la vez arrollador, con un gran marketing e inversión publicitaria.

Muchos vieron que el vino se reinventaba con un perfil para entendidos, que a los buenos había que estudiarlos para entenderlos y que estaban fuera de su alcance, fuera de las posibilidades del bolsillo.  También es cierto que otro punto en contra ha sido el cambio cultural en la vida familiar, las largas jornadas de trabajo que impiden la vuelta a casa para compartir el almuerzo con la familia, un lugar por excelencia que tuvo al vino como protagonista.  Todos son argumentos válidos que explican el porqué de la fuertísima caída en el consumo en un lapso de 20 años. Y las respuestas y las soluciones hablan de “cambiar el chip”, de simplificar el mensaje, de alentar a que tintos y blancos se beban de forma más fácil.

O, en todo caso, de que hay vinos para cada ocasión: están las botellas top para disfrutar con tiempo y tranquilidad. Pero hay que recuperar esos pensados para el día a día, el que “está permitido” tomarlo en vaso, ponerle hielo, mezclarlo con soda o comprarlo en damajuana.

Ya hace un par de años que nos estamos dando cuenta de la necesidad de cambio y el mensaje se está transformando de a poco, de la mano de personajes como Lacoste o Mendoza; de organismos como el Fondo Vitivinícola, encargado de recodificar el mensaje para todos los argentinos; con el plan estratégico de la Coviar a 20 años; con el vino declarado Bebida Nacional y con comunicadores que entienden que el gran público quiere que se le simplifique el mensaje y que pide un verdadero “vino para todos”, entendido como un vino para cada momento de la vida.

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